Es difícil afrontar 48 horas después de una dolorosa derrota ante el eterno rival y que te deja sin Euroliga, otro partido. Pero es lo que tiene la mal llamada final de consolación. Y el Barça se lo tomó como lo que era, un marrón. Todo lo contrario de un Mónaco que sí quiso jugar y ganar, a pesar de dejar a su estrella, Mike James, sólo seis minutos en cancha.
La falta de intensidad defensiva se reflejó en los rebotes que permitían capturar a los pivots monegascos y en las pérdidas de balón -hasta nueve- en la primera mitad. Por no hablar de la ausencia de agresividad en el aro contrario. Los del Principado defendían sin necesidad de cometer faltas.
En otro horrible día en la oficina de Mirotic -lo maquillaría después-, al descanso el Barça, que llegó a perder de 18, se fue atrás 44-28. Sólo Abrines y algo de Vesely se podía destacar en esos primeros 20 minutos. Enfrente, 9 de Diallo, 8 de Strazel y 7 de Donta Hall. Y la sensación de que iban sin forzar la máquina.
Algo de orgullo
Una cosa es perder un duelo así, hasta comprensible. Otra muy distinta, pisotear tu escudo. Así que aunque fuese por orgullo, en el tercer cuarto ya se vio otro Barcelona. Los azulgrana salieron con mejor actitud, si bien a Jasikevicius le costó encontrar un quinteto competitivo. A Mirotic, que acabó con 15 puntos -la mayoría ya inservibles-, por fin le dio la gana de aparecer y anotó dos triples. También contribuyó Abrines. El Mónaco no se relajó, con la lección aprendida de lo que le sucedió en la semifinal, y mantuvo el nivel para entrar en el último cuarto con un favorable 60-45.
Una distancia que llegó a los 21 (70-49) después de otro momento depresivo de los azulgrana. Sólo cuando ya el choque estaba sentenciado, el Barça pudo maquillar el resultado. Aunque el sabor agrio y a fin de ciclo con el que se van de Kaunas no lo cambia ni ganando la ACB.
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