Alemania es una nación que siempre ha tenido un gran gusto por la precisión. Un pueblo de sangre fría al que no le gustan las sorpresas y prefiere tener las situaciones controladas. La tecnología y las máquinas son buenas en eso. Se programan para no salirse del guion y seguir el plan establecido.
Esa devoción por el control la han trasladado durante décadas al deporte. La cita “al fútbol juegan 11 contra 11 y siempre gana Alemania” es la síntesis perfecta de esta cultura de la preconfiguración de la que hablamos. Muchos caminos y un solo objetivo: la victoria.
Con la intención de evitar un cataclismo como el de Argentina ante Arabia Saudí saltó la Mannschaft al tapete del Estadio Internacional Khalifa. Pusieron el piloto automático y comenzaron a asediar la portería nipona desde que les presionaron el botón de encendido.
Cuando la máquina comienza a funcionar, lo único que puedes hacer es ponerte a su nivel o aguantar los golpes y rezar por que se cortocircuite antes de tiempo. Cualquier desliz te colocará en desventaja.
Los jugadores de Japón, por desgracia, son humanos y cometieron el error de dejarse llevar por sus sentimientos. Estaban encantados de debutar en el Mundial y lo hicieron demasiado evidente. Aprovechándolo, los robots germanos se saltaron las leyes de la robótica y comenzaron a dañar a sus contrincantes.
El combinado asiático pecó de exceso de inocencia creyendo que los jugadores dirigidos por Hansi Flick respetarían las normas establecidas por Isaac Asimov. Ese descuido japonés conllevó fallos. el primero de ellos terminó en un penalti tonto cometido por el cancerbero Gonda sobre Raum.
Ilkay Gundogan castigó la anomalía en el sistema anotando el 1-0 desde los 11 metros con una serenidad impropia de una persona. Más bien pareció que ya conociese con anterioridad las intenciones del portero y el lugar hacia el que debía dirigir la pelota. Cosas de autómatas, tal vez también lean el futuro.
En el descanso, Moriyasu entendió que algo tan abstracto como la creatividad les estaba perjudicando. Por ello, extrajo a Take Kubo de su placa base e introdujo algunos virus más predecibles para tratar de hackear a la impenetrable Alemania.
Oficialmente habíamos pasado de un partido de fútbol a un duelo informático. Una máquina preparada para reinar durante décadas frente una nación puntera en innovación tecnológica, pero sin tanta experiencia en grandes citas.
Los nipones consiguieron equilibrar la contienda gracias a las modificaciones introducidas por su técnico. Esos virus que saltaron desde el banquillo confundieron sobremanera a esos robots que en el primer tiempo avanzaban con paso firme, sin dudas.
Aunque el plan de los europeos también incluía tener que defenderse en algún momento, Japón había conseguido colarse en su disco duro y alterar su código. La Mannschaft empezaba a dar fallos y en uno de su meta Manuel Neuer, que dejó un balón muerto en el área, Doan acertó a hacer el 1-1.
El daño ya estaba hecho, invadidos por una sensación de apremio, los alemanes se lanzaron precipitadamente en el partido. Ello provocó que quedase mucho espacio a la espalda de la defensa. Fue bien aprovechado por los rápidos atacantes nipones. En un balón largo a la espalda de la zaga europea, Takuma Asano le hizo un roto a Antonio Rudiger y batió a Neuer magistralmente con la derecha.
Por suerte, Japón fue capaz de devolver el orden establecido por Asimov con sus leyes de la robótica. Los hombres de Moriyasu demostraron que la pasión aún está por encima de la frialdad y la sobreplanificación. El resultado deja un grupo muy abierto y la oportunidad para que España termine siendo líder en esta fase.
Jugador FLASHSCORE del partido: Takuma Asano.
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