Gigi Riva fallece: Adiós a "Rombo di Tuono", el ruído del trueno, héroe del fútbol romántico

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Adiós a "Rombo di Tuono", héroe de un fútbol romántico hecho de goles y honor
Riva y Cannavaro
Riva y CannavaroAFP
El exdelantero azzurro Gigi Riva ganó un legendario Scudetto con el Cagliari y también conquistó la Eurocopa con Italia. En su palmarés también tenía tres títulos de máximo goleador de la Serie A y un segundo y un tercer puesto en el Balón de Oro. Por encima de todo, sin embargo, el no a los grandes.

Se fue con la velocidad de un rayo, con la rapidez con la que aniquilaba a sus rivales. El fútbol italiano dice adiós a Gigi Riva, el héroe más influyente de su panteón, 'el Rugido del Trueno', alguien que ponía el honor por encima de todo.

Y haría falta la poesía de su amigo De André y la inventiva de su cantante favorito Gianni Brera para contar realmente la historia. Porque si hubo un futbolista en Italia que, a pesar de ser un mito, consiguió seguir siendo un hombre, ése fue Giggirriva, como le llamaban sus "paisanos" sardos. Le adoraban desde que llegó a la isla en 1963: se suponía que se quedaría como mucho un par de temporadas, para utilizarla como trampolín, pero nunca se fue, hasta el último día de su vida, este lunes 22 de enero.

"Porque aquí", explicaba a quienes le preguntaban la razón de una elección tan a contracorriente, "yo, que prácticamente no tenía familia, encontré mucha".

Riva se quedó en Cerdeña, a pesar de que los grandes equipos le habían perseguido y el entonces presidente de la Juventus, Boniperti, lo había convertido casi en una obsesión: le perseguían con ofertas extraordinarias, él seguía diciendo que no y marcando con la rojiazul.

Se convirtió en un símbolo del hombre libre y orgulloso, hasta el punto de que incluso el fugitivo Mesina, disfrazado de monje, según contó a la agencia ANSA, fue a verle al viejo estadio Amsicora, subyugado por las jugadas y la personalidad de Riva. Pero más allá del orgullo de ser un sardo nacido a orillas del lago Mayor, Riva se convirtió pronto en un ídolo para toda Italia. Por su perturbadora manera de marcar (nunca un gol de astucia, siempre grandes remates de cabeza o con su legendaria zurda). Y por esa generosidad que le llevó a dar tanto a todos, aparte de un par de devastadoras roturas de pierna a la causa azzurra.

Un Scudetto y una Eurocopa

Ganó poco en relación a lo mucho que valía. Y de todos modos, logró un Scudetto con el Cagliari, el histórico de 1970, ¿cuánto vale eso de los ganados por los grandes equipos del continente? De hecho, con el racismo tolerado de aquellos años, los aficionados de aquellos clubes recibieron a los jugadores rojiazules llamándoles "pecorai, banditi": porque, invitados inesperados, participaban por fin en un banquete al que nunca habían sido invitados.

El principal mérito de aquel equipo revolucionario y ganador, y sus compañeros de entonces siempre se lo reconocieron, fue de Riva. En su palmarés figuran también la Eurocopa ganada con la selección en la final de Roma en 1968 (con un gol suyo en presunto fuera de juego, pero entonces no había cámaras y nadie se lo echó nunca en cara), tres victorias en las listas de máximos goleadores y el récord, aún vigente, de 35 goles en 42 partidos con la camiseta azzurra.

En el podio del Balón de Oro

Por no hablar de un segundo y un tercer puesto en el Balón de Oro, cuando esa clasificación no reflejaba los deseos de los patrocinadores. Ese no era su fútbol y, una vez que se quitó las botas, ya no quiso jugar ni un partido entre amigos, y mucho menos entre viejas glorias... Probablemente le pesaba ese adjetivo, desde luego no le gustaba envejecer.

Y prefería el sonido de su propio silencio, otra de sus características "traicionadas" sólo cuando como 'team manager' de la selección italiana tenía que defender a los jugadores azzurri. Lo hizo brillantemente en el descanso de la final del Mundial de 2006, apagando la intemperancia del seleccionador francés Domenech. Un secreto sólo desvelado años después por el capitán Cannavaro, pero claro en el respeto que todos los jugadores le tenían.

Ahora, para homenajearle como seleccionador serán muchos, todos aquellos, muchos millones, los que le han querido durante toda una vida. Porque él representaba el fútbol de bandera, el de aquellos que sólo conocían los colores de un equipo. Porque su aventura tenía el anhelo profundo de la novela y del gran cine (y de hecho Pasolini y Zeffirelli le querían como actor) y no el ritmo sincopado de los tuits de los futbolistas de hoy.

Y, sobre todo, porque en un campo pelado, en un espacio frente a una escuela o incluso en la calle, engañados por la ligereza de los balones del 'Super Santos' y la 'Super Tele', todos soñamos por un momento con ser disruptivos como él.