No podía haber un final más emocionante, más intenso, con más nervios, con más polémica, con más dramatismo, con más tensión. Ni el mejor Hitchcock, ni el mejor Stephen King hubieran podido escribir un guion semejante al que se vivió en los últimos cinco minutos del tiempo extra disputado en el Ciudad de Valencia.
Dieron igual las oportunidades que gozaron Levante y Alavés, tanto en Mendizorroza como en la vuelta. Ninguno pudo en 210 minutos, más los añadidos, batir al rival, abrir la compuerta de los goles. Y ocasiones hubo. Y delanteros de calidad, también.
Pero insisto, dio lo mismo. Porque todo nos llevó a los últimos cinco minutos de partido. El público estaba entregado a los suyos. Las lágrimas ya caían por las mejillas de los aficionados babazorros. Las sonrisas, abrazos y besos eran marcas registradas entre los levantinistas, sólo a la espera del pitido final.
Pero...
No se puede cantar victoria nunca antes de cruzar la meta. El suspense se mantuvo hasta el último aliento. Porque hay que creer, que luchar hasta el final.
En esos suspiros finales, Pepelu estrelló un golpe franco en el larguero que hubiera sentenciado la final para el Levante. En la siguiente acción, Femenías sacó un pie milagroso para evitar un remate del Alavés en su área pequeña. Y en el último minuto, una mano de Rober Pier, al que el balón le dio estando de espaldas pero con la extremidad separada del cuerpo, fue revisada por el VAR.
Hernández Maeso no la había visto, pero le avisaron y se fue a verla. Y la vio porque existía. Y la consideró penalti porque ahí entró ya en juego la subjetividad. Unos dirán que sí y otros que no, pero así es el uso de la tecnología.
El ascenso, pues, se decidió por un penalti. Asier Villalibre, delantero, contra Joan Femenías, portero. Y allá que fue el 'Búfalo de Gernika' para, con su zurda, darle el ascenso al Alavés.
Qué bonito es ascender como lo consiguió el Alavés y qué cruel es no hacerlo de la manera en la que no lo hizo el Levante.
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