A veces uno se confunde de deporte. Parece que, en vez de fútbol, está viendo un partido de frontón. Le suele ocurrir a España, da igual la categoría. Con la idea de generar peligro en base a la posesión, los rivales se afanan en en proteger su portería encerrándose atrás, construyendo un muro sin pudor y esperando que les caiga un milagro en forma de recuperación de balón para correr como si les llevaran los demonios. Pero no con mucha gente, que alegrías las justas. 

A Hungría el plan le salió bien durante poco más de media hora. Cierto que los de Santi Denia les facilitaron la labor insistiendo en el juego interior en vez de la apertura por bandas. El onubense Fermín, que jugaba en casa, era el más activo de todos, pero quien abrió el marcador fue Carlos Martín. 

El delantero del Atlético cedido al Mirandés aprovechó un centro de Álvaro Fernández desde la izquierda y un ligero toque con toda la intención del mundo de Diego López para perforar el marco magiar y colocar el merecido 1-0. 

Lejos de querer cambiar su plan original, quizás por miedo a recibir una goleada, pero renunciando así a cualquier opción de empatar, los húngaros continuaron defendiendo con dos líneas de cinco. En esta ocasión, sólo hubo que esperar 21 minutos, en el 66', para que la insistencia española obtuviese el fruto del 2-0, que llevó la firma de Pablo Torre tras una gran acción de Samu Omorodion. 

No hubo muchas más ocasiones claras de gol, pero los aficionados de Huelva disfrutaron de las arrancadas de Omorodion y de la potencia y calidad del bético Diao. Con Hungría sin ambición de ningún tipo, España no arriesgó mucho más y el marcador se quedó en ese 2-0. 

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