Show. Esa es la palabra que define la final de la Europa League. Las gradas, emotivas, esperaban un partido atractivo. Los entrenadores, conscientes de lo que estaba en juego, enviaron al césped lo mejor de sus plantillas; los futbolistas, nerviosos, intentaron delimitar los errores en un encuentro que, finalmente, terminó decidiéndose por un gol en propia puerta de Gianluca Mancini (27).
Por un lado, estuvo el fútbol. Dos equipos aguerridos, con juego directo, generaron acciones a base de intensidad y protagonizaron un partido llamativo. Mendilibar modificó esa línea de cinco defensores que tanto ha caracterizado al Sevilla en esta temporada y, con un 4-2-3-1 'mourinhista' conquistó una Europa League que vivirá latente en el recuerdo de los aficionados del club andaluz. El portugués, en cambio, mantuvo el esquema con el que clasificó a su Roma para la próxima edición de la Europa League.
En el otro lado, lejos del fútbol, de los goles, de las paradas de Bono y de los constantes desbordes de un Jesús Navas (37) que parece eterno, apareció José Mourinho.
Los penaltis castigaron al portugués. Dos de sus jugadores fallaron mientras que en el Sevilla sólo uno no definió de forma adecuada su cobro. Mourinho alegó el papel del arbitraje en el encuentro. En el parking del Púskas Arena de Budapest se encaró con los colegiados y, al parecer, los confrontó con efusividad.
El show tendría que haber sido de Bono, quien fue magistral a lo largo del encuentro o de don José Mendilibar, un entrenador que aterrizó de emergencia en el Ramón Sánchez Pizjuán tras la destitución de Jorge Sampaoli y, que en seis partidos continentales, llevó al Sevilla de nuevo hacia la gloria.
El Sevilla, sin duda, salva el papel de los equipos españoles. Al Real Madrid no le alcanzó en la Champions. El Atlético ni siquiera pasó la fase de grupos de la Liga de Campeones y el Barça cayó eliminado ante el Manchester United en la Europa League.
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