Pese a que llevaba cerca de un año sin jugar, muchos mantenían viva la esperanza de poder presenciar un último baile de Carmelo Anthony. Esa llama se ha apagado con el comunicado en el que el jugador natural de Brooklyn (Nueva York) ha hecho oficial que deja el baloncesto profesional.
"Ha llegado el momento para mí de decir adiós. A la cancha donde me forjé un nombre, al juego que me dio sentido y orgullo", dijo el ex de los New York Knicks en su vídeo de despedida. Con esas frases ponía punto y final a la carrera de uno de los mejores anotadores de la historia del baloncesto.
Fue allí, en Manhattan, y también en Denver, donde más brilló la estrella de un talento descomunal que cierra su trayectoria con 28.289 puntos en Liga Regular para una media de 22,5. A ello, hay que añadirle sus tres oros olímpicos con la selección de Estados Unidos (2008, 2012 y 2016), el lugar en el que siempre fue feliz.
Su historia es la del clásico rey sin corona. En su debe siempre quedará el no haber conseguido colocarse un anillo de campeón de la NBA en el dedo. Lo más cerca que estuvo de hacerlo fue en 2009, cuando cayó 4-2 en las Finales de la Conferencia Oeste frente a los Lakers defendiendo la camiseta de los Denver Nuggets.
Sin embargo su legado siempre será eterno. Los aficionados le recordarán por ser uno de esos pocos elegidos capaces de levantarles de sus asientos noche por noche. Un prodigio de la vieja escuela al que le fueron minando las lesiones, pero que siempre mantuvo intacto el amor por el juego.
"No son mis hazañas en la cancha las que me vienen a la mente, todos los premios o elogios, porque mi historia siempre ha sido más que baloncesto. Mi legado es mi hijo... Ha llegado el momento de que lleves esta antorcha", concluye en su comunicado un Carmelo que da un paso al lado sabiendo que deja su testigo en las manos de su hijo Kiyan Carmelo.