Flashback: Cuando Higuaín traicionó al Nápoles y fichó por la Juve

La celebración de Higuaín durante un Juventus-Nápoles
La celebración de Higuaín durante un Juventus-NápolesMarco Bertorello / AFP

Cuando el Pipita dejó Nápoles para irse a la Juventus, ni sus 36 goles en una sola liga ni los 90 millones de razones fueron suficientes para salvar una relación que ya estaba irremediablemente rota. El 26 de julio de 2016, el delantero argentino se convirtió en el protagonista absoluto de la traición más comentada de la década.

El verano de 2016 sigue siendo uno de los momentos más intensos del fútbol italiano, una época capaz de dividir a todo un país y de reescribir para siempre el vínculo entre una ciudad, su ídolo y su rival más antiguo. El traspaso de Gonzalo Higuaín de Nápoles a la Juventus no fue solo una operación de 90 millones de euros: fue una ruptura emocional, un terremoto deportivo, un acontecimiento que quedó grabado en la memoria colectiva de los napolitanos como pocas otras páginas modernas del fútbol.

Higuaín venía de una temporada irrepetible, aquella de los 36 goles en la Serie A que le permitieron superar el récord de Nordahl, que llevaba más de medio siglo intacto. En Nápoles, se convirtió en mucho más que un delantero: era un símbolo, la personificación viva de un proyecto que por fin parecía listo para conquistar el escenario nacional y competir de tú a tú con los grandes.

Sin embargo, fue precisamente esa grandeza, ese récord que lo consagró en el Olimpo del fútbol italiano, lo que poco a poco se convirtió en una carga, en una señal clara: cuanto más marcaba el Pipita, más difícil era retenerlo en un proyecto que no lograba estar a la altura de sus ambiciones.

Ruptura con De Laurentiis y el viernes de fuego: la negociación secreta

La separación con Aurelio De Laurentiis se fue gestando de manera gradual, pero con una claridad que, vista en retrospectiva, parece inevitable. La renovación era un tema central, pero el club napolitano no lograba acercarse a las exigencias del delantero argentino. Y Higuaín, en la segunda mitad de la temporada, parecía sentirse cada vez más asfixiado, como si su ciclo hubiera llegado a su fin. Fue entonces cuando la Juventus apareció con la frialdad de un depredador silencioso.

El desarrollo de la operación parecía sacado de un guion de cine. El 22 de julio de 2016, mientras la Serie A presentaba el nuevo calendario y la ausencia de los directivos bianconeri levantaba más de una sospecha, Marotta y Paratici ya estaban en Madrid para cerrar un acuerdo que estaba a punto de sacudir todo el panorama futbolístico italiano.

El acuerdo con Higuaín ya estaba hecho: un contrato de cuatro años, a razón de 7 millones por temporada, generosos bonus y un papel central en el nuevo proyecto bianconero, que apuntaba sin rodeos a la Liga de Campeones. Solo faltaba la parte más delicada: la firma y el pago de la cláusula.

Nápoles rechazó cualquier tipo de intercambio técnico, así que la Juventus decidió pagar la totalidad de la cláusula de rescisión en dos plazos. El golpe madrileño se mantuvo en absoluto secreto: mientras en Italia se debatía el calendario, Higuaín pasaba el reconocimiento médico lejos de miradas indiscretas. Horas de espera, comprobaciones, llamadas. Hasta que, finalmente, llegó la oficialización.

Y con esas firmas, una página entera del fútbol italiano quedaba definitivamente reescrita: la Juventus aseguraba el fichaje más caro de su historia (antes de la llegada de Cristiano Ronaldo, al año siguiente), Nápoles perdía a uno de sus delanteros más queridos y Higuaín se convertía en el protagonista indiscutible de la traición más comentada de la década.

"Core n'grato"

En Nápoles, la reacción fue inmediata y furiosa. Un ídolo se transformó, de la noche a la mañana, en el antagonista perfecto. La expresión “core ’ngrato”, recordada por el célebre precedente de José Altafini – que en 1972, tras siete temporadas de azul, se fue a la Juventus y marcó el gol que dio el Scudetto a los bianconeri contra Nápoles – volvió a resonar como un sello de condena deportiva.

Higuaín parecía seguir ese guion con una precisión dramática y, cuando regresó al San Paolo con la camiseta bianconera, el ambiente era digno de las grandes tragedias futbolísticas: una ciudad suspendida entre lo que había perdido y lo que nunca volvería a encontrar. El gol – el segundo como ex, tras el que marcó en el Stadium – llegó, inevitable como un veredicto, y con él el gesto que hizo ese regreso aún más feroz: el “¡Es tu culpa!” dirigido a De Laurentiis, el dedo señalando al presidente, la ruptura hecha definitiva ante todo el estadio.

Pero el hilo tenso entre Nápoles y la Juventus nunca se ha roto. Al contrario, en los últimos meses ha sumado un capítulo sorprendente y doloroso: el de Luciano Spalletti. El hombre del tercer Scudetto, el arquitecto de una temporada irrepetible, el que se tatuó el tricolor en la piel como promesa de amor eterno, había jurado no volver a sentarse en un banquillo de la Serie A por respeto a la ciudad partenopea. Una promesa que parecía inquebrantable.

Sin embargo, tras el despido de Tudor, bastó una llamada de la Juventus para que todo cambiara. Spalletti aceptó, abriendo una nueva herida en el orgullo napolitano. Un nuevo “core ’ngrato” para añadir a la lista. Y ahora, igual que ocurrió con Higuaín, Spalletti regresará a Nápoles para enfrentarse a su pasado: la recepción será un capítulo aún por escribir.

El caso Higuaín, sin embargo, sigue siendo único. Es la historia de cómo uno de los delanteros más fuertes de su generación se convirtió en la última gran manzana de la discordia entre Nápoles y la Juventus. Todavía hoy, el recuerdo de aquel verano sigue latiendo como una página que nunca se ha cerrado del todo.

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