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Estadio Azteca, para siempre y a pesar de todo

El Azteca, uno de los estadios más imponentes del mundo.
El Azteca, uno de los estadios más imponentes del mundo.AFP Staff
En México, en general, el fútbol es un entretenimiento, antes que cualquier otra cosa. Pero, a pesar de ese frío acercamiento al deporte más popular del mundo, existen rasgos pasionales que defienden la débil cultura alrededor de la pelota en el país para dejar claro que no todo vale en pos del dinero; incluido cambiarle el nombre al Estadio Azteca.

En la vieja redacción de la mítica revista argentina 'El Gráfico' en Buenos Aires, había una foto del tamaño de toda una pared del momento justo en el que Diego Armando Maradona tira al arco mientras se va cayendo en medio de los embates ingleses y ante el arquero Peter Shilton casi derrumbado, luego de haber conducido desde la mitad de la cancha del Estadio Azteca el 22 de junio de 1986, durante el Mundial de México.

Esa foto del 'Gol del Siglo', que terminaría de encumbrar a Diego a latitudes extrasensoriales, está tomada justo detrás del arco que defendía Shilton y, de fondo, se puede observar a las miles de personas levantadas de sus asientos en la grada. Eduardo Sacheri, afamado escritor argentino por sus historias relacionadas con la pelota, entre otras cosas, no pudo evitar detectar a un aficionado que va subiendo las escaleras de la grada y dándole la espalda a uno de los momentos más épicos en la historia del fútbol.

"No pude creer lo que estaba viendo. El tipo se perdió del momento más increíble de todos. Pero, te aseguro, que toda su vida presumió haber estado en el Azteca ese día y ver a Diego hacer lo que hizo", me dijo un día durante una entrevista hace unos años antes de la presentación de uno de sus libros.

Esa sensibilidad emocional que provoca el Estadio Azteca ha traspasado fronteras e idiosincrasias. Todos los días, en la explanada del recinto en la Calzada de Tlalpan en la Ciudad de México, se pueden ver muchos turistas esperando su turno para ingresar al tour guiado. No sólo son argentinos, que entienden como pocos de cultura futbolística, sino de todas partes del mundo.

Roberto, un brasileño que lleva varios años trabajando en una agencia de publicidad en la capital mexicana pudo, en 2022, llevar a su padre, de 75 años y con quien comparte nombre, al Azteca y verlo llorar como un niño mientras estaba arrodillado en una de las puertas previo a un partido del Club América, equipo que hace de local en el coloso.

El viejo Roberto no podía creer, en medio de la rutina de un partido de la Liga MX, estar en el mismo lugar en el que Pelé se coronó campeón del mundo frente a Italia en la justa que México organizó en 1970. A su lado, según recuerda el publicista brasileño, había un par de turistas franceses que abrazaron a ese adulto mayor conmovidos con él por estar en un recinto de suma importancia en la historia del fútbol mundial.

Porque, más allá del hecho de que el Azteca haya sido el epicentro de dos copas del mundo fervientes –lo será por tercera vez en 2026—, una estadística ya de por sí llamativa, está el factor de que su césped, sus gradas y su entorno encumbraron a Maradona y Pelé, dos monumentales futbolísticas que plantaron las bases para que el juego sea tan predominante como lo es en la actualidad. 

Un destrato constante 

El Estadio Azteca es propiedad de Televisa, el consorcio mediático más grande de Latinoamérica y dueño del Club América. Cuando Emilio Azcárraga Milmo comprendió el poder de convocatoria que tenía la pelota decidió involucrarse tan de lleno que comenzó la edificación del coloso con miras a que México pudiera conseguir la sede del Mundial de 1970.

La justa, la primera televisada a color, marcó un éxito comercial sin precedentes para las arcas de Televisa, pero también significó un envión pasional y místico para la cultura futbolística del plantea con Pelé retirándose de las competencias de mayor envergadura con una Copa del Mundo en sus brazos. 

Luego llegaría Maradona y el Azteca se convertiría en una de las Mecas sagradas a las que todo futbolero en el planeta sueña con visitar un día para sentir, aunque sea de manera simbólica, algo de lo que los dos astros sintieron antes de dejar de ser simples seres humanos para convertirse en deidades cercanas. 

Ese contexto místico ha sido aprovechado por la empresa para encumbrar más la fama del recinto que también ha visto encumbrar a la selección mexicana. Primero como un fortín inexorable y luego con dos títulos que emocionaron al país: la Copa Confederaciones de 1999 y el Mundial Sub-17 de 2011. 

No obstante, al mismo tiempo que el mundo de los deportes se afianzaba como una industria billonaria capaz de movilizar masas sin discreción, Televisa supo adatarse y, sin importar mística alguna, reformó al Azteca para complacer a los mandamases de la NFL, con tal de que se desarrollaran partidos de fútbol americano en suelo mexicano.

De pronto, lejos de modernizar como lo pedían los tiempos sin afectar la memoria de lo que el fútbol había vivido, el Azteca pronto tuvo renovaciones en pos del fútbol americano con zonas VIP que priorizaban el pasarlo bien antes que observar lo que ocurría en cancha. 

Por eso, cuando se anunció que el Estadio Azteca sería una de las sedes de la Copa del Mundo de 2026, los defensores de la cultura futbolística del país se entusiasmaron con la idea de que el coloso iba a ser sometido a una renovación futbolera que homenajeara a la pasión que ese recinto provoca en muchas partes del mundo.

Cuando las obras se iniciaron, la esperanza se incrementó. Tras varias afrentas contra el espíritu del Azteca con tal de generar más dinero por encima de cualquier cosa, la pasión reinaba por fin por encima de los intereses comerciales. La pelota sonreía. 

Pero, como si fuese un recordatorio de las prioridades que predominan en el mundo y para Televisa, hace unas semanas se anunció con gran revuelo un nuevo patrocinador para renombrar el recinto que inmortalizó a Maradona y Pelé, y que le había dado una identidad al fútbol mexicano.

El acuerdo con la entidad bancaria, de 12 años de duración y por más de 100 millones de dólares (algo más de 91 kilos en euros), derrumbó un poco el fervor emocional que la selección había logrado en sus últimos partidos de cara al Mundial y les recordó a todos las prioridades de los dueños de la pelota en el país.

No obstante, en contraparte con los intereses monetarios, se creó un movimiento esporádico en redes sociales y de mucha unión entre varias formas de pensar que encontraron un común acuerdo en esta lucha: se le seguirá diciendo Estadio Azteca, el recinto que construyó historias memorables alimentadas por generaciones para tratar de mantener la poca y débil cultura futbolística del país.