Con lo económico siempre por delante, los dirigentes de la liga mexicana se preparan para sustituir, por medio de una venta, a una franquicia de Primera División por otra que está ávida de fútbol de Primera y que alguna vez fue preponderante en el país.
La última vez que el fútbol mexicano fue naturalmente competitivo con un ascenso y descenso con méritos sólo deportivos, tal como debe de ser, fue hace siete años. En aquel entonces, ni Jaguares de Chiapas, que perdió la categoría al quedar en el último lugar de la tabla porcentual, ni Atlético San Luis, que se ganó su lugar en Primera, sabían que iban a quedar en la historia.
Desde aquel 2018, los directivos mexicanos decidieron, con la pandemia del COVID-19 como pretexto perfecto, suspender el ascenso y descenso directo en pos de lo que verdaderamente les importa: la economía de los clubes que se quedaron sin ingresos con la ausencia de aficionados en las tribunas y la pérdida de ciertos patrocinadores.
Han sido siete años en los que el fútbol nacional ha visto episodios vergonzosos de intentos diligenciares por demostrar que lo deportivo les interesa y que le ven cierto peso preponderante en el sistema jerárquico de las competencias domésticas. El próximo año se avecina un capítulo más de este vaivén anticompetitivo que reina en el ambiente.
El histórico Atlante quiere renacer
En el Clausura 2014, cuatro años antes de que el fútbol mexicano decidiera suspender el ascenso y descenso en sus máximas categorías, el Club de Fútbol Atlante, uno de los equipos más emblemáticos y longevos del país, descendió de la Primera División tras quedar en último lugar de la tabla porcentual.
Nadie en la dirigencia de los Potros de Hierro se imaginaba el calvario que iban a vivir durante más de una década en la que han intentado mantener su vigencia mientras intentan no sucumbir al letargo que la segunda división del fútbol mexicano significa para todo aquel que cae en sus redes.
En esos 11 años, el Atlante ha intentado sin éxito a Primera División, a pesar de haber ganado su derecho en cancha. Las proezas del Potro en el césped se han topado con una férrea visión dirigencia que se inventó un lineamiento de certificaciones para los equipos que aspiraran a participar en el máximo circuito del fútbol nacional y un “castigo” económico, por supuesto, para aquellos que en teoría deberían perder su lugar en la Liga MX.
Una franquicia emblemática por otra
Ese deseo insaciable del Atlante parece que se hará realidad en 2026, año mundialista en el país, tras apegarse al sistema inconmensurable y económico de los dirigentes del fútbol mexicano. El club que ha tenido que mudarse en diversas ocasiones por cuestiones económicas se alista para comprar una franquicia de renombre que, al parecer, ha dejado de tener valor para sus dueños, a pesar del fervor de su gente.
El Puebla, el histórico equipo de la Franja que ha sido un habitual en el argot futbolero del país, es un lastre para el Grupo Salinas, propiedad de Ricardo Salinas Pliego, un empresario sin escrúpulos que no tuvo reparo en borrar la plaza de Morelia y cambiarla de sede a Mazatlán. Presionado por eliminar la multipropiedad, el dueño de TV Azteca intentó sin éxito vender al conjunto poblano a un grupo inversor extranjero, por lo que ahora el mejor postor es, sin duda, el Atlanta.
Una vez cumplidos los requisitos económicos y operativos de la Liga MX parece inevitable que el Atlante ocupe el lugar del Puebla. Así, la Primera División del fútbol mexicano tendrá una nueva plaza en Cuernavaca, actual sede de los Potros de Hierro, equipo con un arraigo preponderante chilango.
Un nuevo movimiento que generará ilusión y melancolía por ver a un equipo querido y extrañado en el máximo circuito, pero que también dejará escrito un episodio más de los vaivenes vergonzosos que el fútbol mexicano ha tenido en los últimos años, tiempo en el que se ha convertido en un mero entretenimiento, dejando de lado la pasión que mueve al deporte más hermoso del mundo.