En Newcastle, en el norte inglés abatido por el clima frío de siempre, hay una comunidad ferviente y orgullosa de lo que han sido, lo que son y lo que serán para toda la vida. Ese orgullo que los Geordies tienen a flor de piel se refleja de una manera pasional difícil de igualar en el Newcastle United, un equipo mítico e histórico con el que terminan de enamorar a futbolistas de distintas partes del mundo.
A ese punto llegó Allan Saint-Maximin, con su gesto relajado de siempre y con la explosión de su regate y velocidad como principal bandera. Esos gestos técnicos lo envolvieron rápidamente en un halo de idolatría prematura y se sintió querido. Tenía 22 años y parecía que, en ese proyecto ambicioso que había armado el Newcastle United, iba a perdurar toda la vida.
Pero, fiel a su estilo de vida, pronto comenzaron a haber grietas que iban afectando lo deportivo. Su titularidad indiscutida pronto se difuminó y se convirtió en un relevo de lujo que no terminaba de adentrarse en la filosofía del exigente Eddie Howe. El entrenador inglés sabía de las condiciones del francés, pero preponderaba más la armonía del grupo. Y en ese punto, a pesar de no ser considerado un futbolista problemático, Saint-Maximin simplemente no terminó de encajar.
Su venta a Arabia Saudita luego de tres erráticas temporada en Inglaterra fue una desilusión para los Geordies que estaban enamorados de él y para el fútbol en general. Con 25 años, el mote de promesa y de futura estrella que pesaba sobre él, simplemente se iban difuminando entre una vida que no terminaba sin preocupaciones que no terminaba de encajar con la exigencia del fútbol profesional.
Allan Saint-Maximin, nueva estrella
Su estadía en Arabia terminó siendo un episodio borroso pero importante en la vida del francés, porque se dio cuenta que tal vez el entorno no era tanto el problema y que había que resolver cuestiones internas. Fue entonces cuando decidió ser feliz alrededor de la pelota. Tras una temporada, pudo salir a préstamo por un año al Fenerbahce, donde problemas extracancha con el club interrumpieron su estadía en Turquía pero no su plan de volver a encontrar el eje de su destino.
Decidido a volver a tener ese espíritu amateur donde la gloria estaba por encima de todo, Saint-Maximin vio con buenos ojos la oferta del Club América, un grande del fútbol mexicano que le ofrecía un buen proyecto deportivo en lo profesional al mismo tiempo que el país le otorgaba un entorno alejado del primer mundo futbolístico en el que pudiera volver a empezar.
Cuando se anunció su fichaje, el francés se convirtió, tal vez junto a Keylor Navas, en el fichaje más importante de la liga. El recibimiento que la afición del América en el aeropuerto de la Ciudad de México fue acorde a lo que su capacidad siempre ha representado: la esperanza de contar con un crack.
Será él, junto a los suyos, quien decida si puede y quiera aprovechar esta oportunidad de relanzarse como futbolista y de encontrarse pleno en su mofo gitano de ver la vida. Ese que prioriza la estabilidad por sobre todas las cosas. Una afición que anhela volver a reinar en la Liga MX desea que pueda ser feliz, para siempre, vestido de amarillo.