Una final es la culminación de un largo aliento. Un aliento tan largo como una apnea de 32 años. Pero también una abstinencia de títulos continentales que dura ya unas buenas 36 primaveras. Porque Racing Club de Avellaneda, uno de los cinco grandes clubes de Argentina, sólo puede presumir en su palmarés de una Libertadores ganada en 1967 y de la Supercopa obtenida en 1988.
Este último triunfo, en una copa creada ese mismo año, se produjo en una final de ida y vuelta contra Cruzeiro, el rival en el partido decisivo en Asunción. Las famosas remontadas de toda la vida reaparecieron en esta edición de la final de la Sudamericana, en la que el equipo del área metropolitana de Buenos Aires es el único intruso entre los finalistas brasileños. En la Libertadores, de hecho, serán Atlético Mineiro y Botafogo quienes se disputen el título.

El primer hincha, en el banquillo
Pero, más allá de lo que representa el club presidido por el sabio Víctor Blanco, que ocupa el número uno desde hace 11 años, la gran carga emocional de la Academia late con fuerza en las venas de su entrenador, Gustavo Costas. Un hombre de 61 años tan feliz como un adolescente por poder representar en un gran escenario al equipo por el que siempre ha animado.
Él mismo lo confesó hace poco en una entrevista con ESPN Argentina:"Racing es el amor de mi vida. Primero soy Racing y después argentino'. Mascota del club cuando era niño, y luego jugador de la Academia, Costas ha sido entrenador del club para el que anima en dos ocasiones anteriores. Pero sin conseguir nunca hacer historia. Ahora, sin embargo, parece haber llegado el momento. El que, como defensa, conquistó la Supercopa de 1988 en casa del Cruzeiro, ve ahora en este llamamiento la oportunidad de hacer el bis como entrenador.
Él, que en 1992, el año de la última final, ya no formaba parte de aquel Racing que fue demolido, de nuevo por el Cruzeiro, en la final de la misma Supercopa. El 4-0 de la ida en Belo Horizonte ya era un veredicto, y en el estadio Juan Domingo Perón sólo un inútil empate a uno. La revancha, en definitiva, tendrá lugar en Asunción.
La caravana del entusiasmo
Las 15 horas de viaje en coche que separan Buenos Aires de Asunción, capital de Paraguay y sede de la final, no asustan a nadie. Los que han decidido hacer el viaje en autobús, en cambio, tendrán que permanecer unas 20 horas encerrados para atravesar al menos un par de microclimas diferentes. Pero la emoción por la posibilidad de hacerse con la copa es demasiado fuerte, y ha contagiado a toda la familia de la Academia.
Uno de los clubes más apasionantes de Argentina está ligado a una mística casi inexplicable. En 2001, durante una trágica crisis de gobierno en la que cinco presidentes se alternaron en una misma semana en la Casa Rosada, ganó un título local después de 35 años. Una circunstancia que, pese al clima plomizo de crisis económica y social, no impidió que los blanquiazules festejaran el título.

Hoy, sin embargo, es distinto. Porque el vibrante frenesí por triunfar en el continente, y además frente a un rival brasileño, hincha de fervor todo el entorno racinguista. Un entorno que espera en la revancha histórica de un Gustavo Costas siempre demasiado maltratado en su pasado como entrenador. Pero que también confía en otro deus ex machina.
El goleador desde la cárcel
Adrián Emmanuel Martínez, para muchos Maravilla, es el delantero que más encarna el espíritu guerrero del Racing moderno. Hasta los 17 años, nunca había estado en ningún equipo juvenil. Para él, el fútbol era un divertimento. Todo ello mientras realizaba todo tipo de trabajos, desde albañil a basurero. Un accidente de moto le hizo perder su trabajo, pero su alma luchadora le ayudó a subir poco a poco como delantero de área. Y a partir de ahí, tras un traslado a Paraguay, también empezó a hacerse un nombre en su país natal.

En 2014, cuando tenía 22 años, otro incidente amenazó con quebrar su espíritu. Tras un tiroteo en el que su hermano fue la víctima, fue encarcelado al ser acusado de incendiar la casa del agresor de su hermano. Seis meses en prisión endurecieron su fibra y, tras ser liberado y declarado inocente, se vengó en el campo de juego.
Hoy Martínez es el bombardero de un Racing que va a Paraguay, un país que conoce bien, a escribir la historia. Llamado Maravilla por tener el mismo apellido que el ex boxeador Sergio, conocido así, ha demostrado que merece ese apodo no sólo por sus goles, sino también por su liderazgo innato. El liderazgo de una persona capaz de levantarse de tantos traumas que podrían haber devastado a cualquiera. Un ex convicto que, a pesar de su inocencia demostrada, querrá intentar redimirse una vez más. Con la mirada imperturbable de quien ha nacido para vencer toda adversidad.