Juan Carlos Osorio regresó frustrado y enojado en 2024 de Estados Unidos luego de que su equipo, los Xolos de Tijuana, quedaran fuera muy rápido de la Leagues Cup, la competencia por la que el campeonato mexicano paraba un mes para disputar un trofeo con sus pares de la MLS estadounidense.
Con tiempo de sobra hasta el siguiente partido, Osorio le pidió a los entrenadores de categorías menores que formaran el mejor combinado posible entre futbolistas menores de las fuerzas básicas del club para disputar un partido amistoso con el primer equipo. El colombiano, consolidado ya como un técnico detector de talento, quedó cautivado por un pequeño adolescente que empezaba a jugar con soltura.
“Gilberto Mora, 15 años”, le dijeron los entrenadores de las categorías menores del club y de inmediato solicitó que comenzara a entrenar con el equipo de Primera. Sin miedo, con mucha inteligencia para entender los tiempos del partido y con la personalidad para pedir la pelota, Mora se haría rápidamente de un puesto entre el once fronterizo.
Lejos de casa, al otro extremo del país en la frontera sur, su familia en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, no pudo ocultar su felicidad cuando el adolescente, estudiante de preparatoria y amante de los tacos dorados con papa y carne de pollo, les comunicó que iba a debutar en Primera. El 8 de agosto de 2024, toda la familia lloró al unísono cuando Mora ingresó de cambio en la victoria de Xolos frente a Santos.
La aparición de Mora, el tercer futbolista más joven en debutar en la historia de la liga, significó un vendaval de aire fresco en medio de una realidad que ha afectado a la pasión multitudinaria del mexicano harto de las malas decisiones de los dirigentes del fútbol nacional que terminaron por instalar una suculenta y millonaria zona de confort sin mucha exigencia de por medio.
En la Liga MX un buen futbolista puede vivir tranquilo y sin presiones en un campeonato sin descenso y con un sistema anticompetitivo que le da la posibilidad a los 12 primeros equipos de la tabla —de 18 en total— la posibilidad de coronarse como campeón. Un contexto inviable para el sentido competitivo de Javier Aguirre, el seleccionador mexicano que está acostumbrado a que sus jugadores se mueran por disputar a tope cada partido.
Por eso, cuando Aguirre vio al 251 de Xolos jugando de visita contra Pumas en el Estadio Universitario de la Ciudad de México y pidió saber quién era, el nombre de Gilberto Mora se le quedó en la memoria e imaginó construir un futuro prometedor alrededor de él. Para poder hacerlo, el mexicano entendió que, como Osorio, había que hacer que la joya chiapaneca recibiera la pelota lo más limpia posible en tres cuartos de cancha.
Pero, antes de cualquier pensamiento táctico y fiel a su forma de entender el juego, Aguirre lo convocó a una gira por Sudamérica frente al Inter de Porto Alegre y River Plate, dos equipos con el pundonor e intensidad que México no encontraba en partidos amistosos en Estados Unidos que servían más para embriagar el nacionalismo de los mexicoestadounidenses y para engrosar la cuenta de la Federación Mexicana de Fútbol.
Cuando México volvió de esa gira, una de las certezas que Aguirre tuvo era que Mora no sólo estaba listo para seguir siendo convocado sino que el sueño de construir una visión de juego alrededor de su inteligencia, pundonor e intensidad estaba más cerca de lo que se había imaginado. “Pasa el tren, te subes y aprovechas”, dijo sobre el juvenil y avisó que iba a ser un llamado constante en sus convocatorias.
Consciente de las pocas ventanas competitivas para seguir probando antes del Mundial, Aguirre ordenó en la Federación que Mora no iba a ser convocado con selecciones menores porque iba a contar con él, sobre todo de cara a Copa Oro, justa que México está siempre obligado a ganar.
Aferrado a su formas, Aguirre dejó pasar varios partidos de la Copa Oro en los que Mora no tuvo minutos, pero en los que el Tri fue afianzando una forma de jugar para darle entrada a nueva joya generacional del país. Cuando ‘El Vasco’ sintió que el contexto era el ideal, puso a Mora en cancha. Sus dos actuaciones frente a Arabia Saudita, pero sobre todo en la semifinal contra la siempre ríspida Honduras, confirmaron los que todos sabían: el mexicano era un distinto y su futuro pide Europa.
“Que suerte que sea mexicano”, dijo Aguirre sobre Mora en conferencia de prensa tras calificar a la final de Copa Oro. Un elogio lleno de esperanza que, a menos de 365 días de la tercera justa mundialista en el país, ha convulsionado a millones de futboleros que esperan que esta vez, de una vez por todas, una promesa pueda consolidarse y, de paso, que sea el causante de un júbilo nacional que sea eterno.