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El final de la zaga Chivas vs. América: una rivalidad más viva que nunca

América y Chivas disputan un clásico
América y Chivas disputan un clásico Eyepix / NurPhoto / NurPhoto via AFP
Aunque los dos equipos viven realidades y contextos distintos, los Clásicos Nacionales que se presentaron durante este mes han provocado una efervescencia en el país, en gran parte por la buena cara que ha dado el Guadalajara, equipo que ha ganado uno y empatado otro. El tercero, el de la vuelta de la Concacaf Champions Cup, promete un final pasional de alto vuelo.

El gran América tricampeón no ha podido en dos partidos consecutivos como visitante con el Guadalajara atropellado por sus propios errores y con un plantel corto, tirando por los suelos los pronósticos de las casas de apuestas y de la gente del fútbol mexicano en general. 

Tras oficializarse los cruces, dos por la Concacaf Champions Cup en medio de uno por la Liga MX, los medios de comunicación en México comenzaron a armar sus mesas de debate. Pero no lo hicieron en torno a un análisis severo de las realidades dispares de los equipos, sino, alimentados por el sensacionalismo voraz que alimenta al fanatismo: la primicia era por cuántos goles iba a ganar todos los partidos el América. 

Pero, aunque la realidad visible estaba de su lado, lo que no termina de entender el voraz sistema ávido de ciego fanatismo, es en el componente emocional alrededor del fútbol, sobre todo, los futbolistas y el orgullo detrás del deseo por competir que los llevó al profesionalismo. 

Un entrenador pragmático

Desde que Chivas tiró por la borda el proyecto Almeyda, los directivos rojiblancos no han podido armar otro tan sólido como el del argentino. Salvo las excepciones de Veljko Paunović y Fernando Gago, el Guadalajara ha carecido de un liderazgo que en cancha sepa explotar la materia prima con la que cuenta. 

Casi siempre por decisiones internas, la gente sufre por estos vaivenes emocionales mientras su odiado rival vive una época que quedará escrita en los anales de su historia. América confió en el brasileño André Jardine, campeón olímpico con Brasil y de gran actuación en el Atlético San Luis, quien le ha dado tres campeonatos consecutivos y una identidad de juego. 

En un intento por encontrar por fin un buen rumbo y dejando de buscar fórmulas innovadoras en el extranjero, Chivas decidió, a días del primer Clásico, nombrar como entrenador al mexicano Gerardo Espinoza, un exfutbolista que fue capaz de explotar al equipo filial rojiblanco en la Liga de Expansión con un plantel lleno de jóvenes hambrientos por ser parte del primer equipo. 

Consciente de lo que se le venía, Espinoza puso en cancha un planteamiento reactivo para el primer partido, el de la ida de los Octavos de Final de la Champions Cup, con claros indicios de que, si había que atacar, sería a las espaldas de los laterales americanistas, a un ritmo vertiginoso y, sobre todo, desde el orgullo de sus jugadores. 

El fútbol siempre ha sido de los futbolistas. Pero, desde hace un tiempo, se ha instalado un debate sobre la verdadera injerencia de los entrenadores. Hace unos días el entrenador italiano Fabio Capello lanzó un dardo envenenado, desde la comodidad de su aura ganadora, a Pep Guardiola: “Perdió dos Champions League porque quiso inventar cosas para decir que había ganado él”. 

Y aunque es innegable que los directores técnicos tienen un peso en la actualidad que antes no tenían y que muchas veces eso puede jugar en contra, sigue preponderando una verdad absoluta: el manejo del grupo, más allá de cuestiones futbolísticas, es una de las claves preponderantes para conseguir el resultado esperado. 

Tal como lo hizo hace unos años Almeyda, Espinoza arribó al vestidor rojiblanco y lo primero que puso en marcha fue el regresarle la confianza a un plantel confundido, herido y en deuda con su gente. Desde ese enfoque, Chivas hizo un mejor partido del que muchos esperaban. Su paciencia a la hora de defender y sus latigazos al ataque tuvieron un premio en el partido de ida con un autogol americanista con el que pudo alzarse con el triunfo. 

Para el segundo encuentro, por la fase regular la Liga MX y con varios cambios en sus equipos, Chivas mostró la misa cara de resistencia con su entrenador consciente de que la mejor manera de construir poder y grupo era salir airoso de estos tres Clásicos. Sin innovaciones alocadas y ganas de figurar, Espinoza se aferró al pragmatismo del primero partido: cuando Chivas se quedó con uno menos, el entrenador mexicano renunció al ataque para aguantar el 0-0 que a la postre sería el marcador final. 

La última cita pasional 

América será local este miércoles. Su gente, herida en su orgullo, prepara un marco que, aseguran, será acorde a la ocasión y al contexto: no pueden ni quieren darse el lujo de no ganarle –ni siquiera anotarle— un solo gol al odiado y alicaído rival. Con la mayoría de sus titulares con descanso, las Águilas intentarán clasificar a la siguiente ronda de la Concacaf Champions Cup, pero sobre todo, dejar claro el buen momento que atraviesan. 

Lo que se creía que iba a ser un tercer clavo al ataúd rojiblanco tras dos humillaciones previstas, al final será un partido de desempate entre los dos equipos más grandes y populares del país. Una noche de miércoles pinta para ser una inolvidable en la que, como casi siempre ocurre con estos dos equipos, se juega algo más que un partido de fútbol. 

Y frente al América, del otro lado de la cancha, estará el Guadalajara con mucha de su gente en las gradas y el ánimo renovado gracias a su entrenador, quien les ha hablado a los jugadores con un lenguaje sencillo, pero llegador, y con un pragmatismo futbolístico que buscará cumplir un mantra eterno alrededor de la pelota: está prohibido perder un Clásico.